Excelentísimo Señor Director, Ilustrísimos Señores Académicos, Señoras y Señores, amigos: Hace poco más de tres años cumplí, a instancia de nuestro Director,
con el doloroso cometido de glosar la figura del Ilmo. Sr. D. Manuel Díaz
Cano durante la sesión necrológica celebrada en su memoria por esta Real
Academia en la Iglesia de San Bartolomé de Murcia. La encomienda que D.
Francisco Marín me ha hecho para hoy compensa de algún modo aquel trance
doloroso, pues la congoja de entonces se torna hoy satisfacción al contemplar
que mi gran amigo D. Javier Artigas Pina, con el que comparto afanes
en el Claustro del Conservatorio Superior de Música de Murcia, hereda
con todo merecimiento la medalla del ilustre guitarrista y compositor desaparecido. No se me escapa, querido Director, que tus dos encomiendas, la luctuosa
de antaño y la ahora feliz, me colocan como eslabón de una cadena que
brilla mucho más a mis dos lados; pero no veas en esta manifestación reproche
alguno, sino todo lo contrario: la circunstancia en que me colocas me
hace sentir, mutatis mutandi, en la función del Haydn que, según dejara
escrito el Conde Waldstein en el álbum de Beethoven cuando éste emprendía
su primer viaje a Viena, sería la mano que entregase el espíritu de Mozart
al joven músico de Bonn. Y resultando que mi intervención en las ocasiones
referidas sirve para dar entrada a un gran intérprete en el lugar que otro gran Pertenece D. Javier Artigas Pina a una de las últimas generaciones formadas
a la antigua usanza en el arte de la música; una “vieja escuela”, la que él vivió, basada en el esfuerzo y la ambición por el trabajo bien hecho, que,
a semejanza del Jourdain de Molière, que hablaba en prosa sin saberlo, ignoraba
las disquisiciones actuales sobre objetivos y contenidos conceptuales,
procedimentales y actitudinales, pero conseguía que los estudiantes supieran
lo que debía saberse, hiciesen bien lo que debía hacerse y manifestaran un
encomiable respeto por la música, los maestros y los compañeros. Para los
estándares de hoy, quizá fuese aquélla una escuela algo tosca y mal estructurada,
pero no cabe duda de que, por inconveniente que resulte decir esto,
enseñaba más, calaba más hondo y lucía el blasón de una loable eficacia en
el logro de resultados, como bien demuestra la trayectoria artística, investigadora
y docente del nuevo académico. Sí, D. Javier Artigas es sin duda un músico con la solidez de una formación
a la antigua. Se inició a edad temprana en esa gran escuela que siempre
ha sido y sigue siendo el canto, con el que entrenó la agudeza del oído,
la afinación certera, la calidad de la emisión vocal y, sobre todo, la versatilidad
en la expresión y la capacidad para entender la música en sus propios términos.Su capacidad y su esfuerzo, sabiamente dirigidos por sus maestros de
Zaragoza, Barcelona y Munich, le auparon pocos años después a esa posición
de descarada solvencia que tantos, y tantas veces, envidiamos y que sólo
pueden permitirse quienes, como él, dominan sin reservas el lenguaje y la
técnica. Para el profesor Artigas Pina, acompañar a primera vista un Lied de
Schubert o un aria de ópera, reducir al piano, sobre la marcha, una partitura
orquestal o improvisar un tiento sobre un motivo inventado para la ocasión
no son trabajosos ejercicios con los que uno debe lidiar, sino emanaciones de
su propia forma de ser. Pero no quisiera que mis palabras diesen pie a la confusión, porque el
arte de D. Javier Artigas no es un mero alarde de habilidades, con ser esto
mucho. Él sabe como nadie que interpretar es más que ejecutar y que una
interpretación como Dios manda exige reflexión, estudiar concienzudamente
el texto y el contexto, escudriñar la literalidad de la partitura tanto como
el momento, los ánimos y las pretensiones del compositor. Es precisamente
de esta convicción de donde arranca su interés por la investigación musicológica,
que le ha llevado a producir ediciones ejemplares de la obra para tecla De ese buen hacer de D. Javier Artigas como intérprete sólido y con
enjundia, de sus capacidades y sabiduría en el arte de la música, pueden dar
cuenta no sólo los expertos y melómanos que le han aplaudido en conciertos
por cuatro de los cinco continentes o los colegas con los que ha compartido
jurado en prestigiosos premios internacionales, sino muy principalmente La llegada del profesor Artigas a Murcia, en 1990, supuso de facto instaurar
con vocación de permanencia los estudios de Órgano y Clave en el
Conservatorio Superior de Música de nuestra capital –pero no sólo esto,
como luego tendremos ocasión de ver–. En estos veinte años, Murcia se ha
convertido en un semillero de profesionales que, crecidos musicalmente bajo
su dirección, dan brillo al nombre de nuestra región por los rincones de
España y de toda Europa y que representan la continuidad de una escuela de
tecla que, naciendo aragonesa, se ha vuelto con el tiempo cada vez más murciana.
Es de agradecer, además, que esa murcianía académica lo sea no por Así pues, estos son los poderes más evidentes, que no los únicos, del
profesor Artigas Pina: sus conciertos, su investigación y sus alumnos. Y digo “no los únicos” porque cuenta con otros de los que habitualmente sólo se ve
el ápice, como sus trabajos para el cine, su capacidad de organización y gestión,
que puso de manifiesto durante su etapa como director de nuestro
Conservatorio Superior y que sigue utilizando cada año en el prestigioso
Festival Internacional de Música Antigua de Daroca, o –y es lo que más me
interesa ahora– su labor en defensa de nuestro patrimonio histórico. La cultura y el patrimonio musicales de la Región de Murcia tienen con el hoy recipiendario una impagable deuda de gratitud y, como requeridor y beneficiario que fui de sus consejos, permítanme la pequeña vanidad de considerarme fuente fidedigna de primera mano en lo que concierne a este particular y a los vastos conocimientos de nuestro nuevo académico sobre la compleja ingeniería de los órganos y sobre los mejores criterios para su restauración. Hace apenas catorce años, los pocos ejemplares de órganos históricos
que aún subsistían en la Región de Murcia se mantenían, como el arpa de
Bécquer, olvidados, silenciosos y cubiertos de polvo en los altos rincones de
nuestros templos. Acumulaban demasiadas décadas de abandono, hasta el
punto de que algunos habían sido expoliados, otros se encontraban inservibles
y los menos podían ser usados, sí, pero con unas prestaciones muy por
debajo de las que en su origen eran capaces de dar. En unos momentos que, sin alcanzar la gravedad de los actuales, se
distinguían también por importantes restricciones en los presupuestos públicos,
el profesor Artigas realizó con singular empeño una labor tan discreta
como firme y eficaz en favor de la recuperación de estos viejos instrumentos,
poniendo en ello la pasión de su amor por la música y por la historia y
la convicción de quien tiene sobrados argumentos y,además, sabe usarlos. La generosa entrega de horas innumerables dedicadas al estudio, a la negociación,
a la búsqueda de soluciones y a ejercer como intermediario con prestigiosos
especialistas de toda Europa que, gracias a él y al igual que él, se
implicaron en el proyecto sin cobrar un céntimo, hizo posible el plan de restauración
de órganos históricos que la Administración cultural de nuestra
Comunidad Autónoma elaboró en 1999 y comenzó a desarrollar ya iniciado
el presente siglo. Desde entonces, la labor realizada por el profesor Artigas Pina ha contribuido
de manera decisiva no sólo a la recuperación material de esta parte
singular de nuestro patrimonio histórico, sino también a su recuperación
espiritual, que no consiste sino en hacer que los órganos suenen, pues para
eso fueron construidos, y conseguir que sean apreciados y queridos por quienes
durante tantos años los conocieron como objetos mudos. Y es así que el
nuevo académico ha “tirado de agenda” una vez más y ha organizado, contando
con primeras figuras del panorama nacional y europeo, los ciclos de órganos históricos que la Región de Murcia viene disfrutando desde hace
varios años, con muy notable proyección más allá de los límites de nuestra
Comunidad Autónoma. La misma perseverancia mostrada ante la Administración pública sirvió
como estímulo, pocos años después, para que el Obispado de Cartagena
acometiese la restauración integral del gran órgano Merklin-Schütze de la
Santa Iglesia Catedral de Murcia, a la que D. Javier Artigas contribuyó de
forma decisiva no sólo con su dirección y supervisión, sino también descubriendo
y haciendo público el presupuesto de Aquilino Amézua para la gran
reforma de dicho instrumento que llevó a cabo en 1910. No es de extrañar, por tanto, vistos los antecedentes, que el profesor
Artigas haya dedicado su discurso de ingreso a ilustrarnos doctamente sobre
las características, usos y circunstancias de los órganos que la Catedral perdiera
en el incendio de 1854 y de sus antecesores renacentistas y barrocos. Bienvenido, pues, Ilmo. Sr. D. Javier Artigas Pina, querido amigo y
colega, a esta Real Corporación que se crece y mejora al contarte entre sus
miembros. Muchas gracias, señoras y señores, por su generosa atención. |